miércoles, 22 de diciembre de 2021

 

La poesía del instante en Raymond Carver


“El mundo está regido de acuerdo con una medida musical

impuesta por la cadencia de los instantes”.

Gastón Bachelard


¿Qué significa leer bien? ¿Cómo abordar la arbitrariedad de nuestra mirada al asignarle

sentido a una obra? ¿Quién puede afirmar que conocen en totalidad a un autor?  Y entre

aquellos que lo hagan, ¿quién puede pretender una lectura acabada que lo agote?

Siguiendo el consejo de Borges, en la literatura me mueve el placer; sin embargo, hay dos

autores que leí hasta el cansancio: Fiódor Dostoievski y Raymond Carver. Ese tándem

despertó en mí una entrega absoluta, pero por motivos completamente opuestos.

Mientras que el ruso describe el alma humana en su generalidad, Carver, en cambio, es el

genio del instante, un escritor que con una simplicidad sólo aparente pudo cargar de un

asombroso poder las unidades mínimas del tiempo. En su poema, “La felicidad”, escribe:  

El cielo empieza a cubrirse de luz,/ aunque todavía cuelga pálida la luna sobre el agua./

Tanta belleza que, durante un instante,/la muerte o la ambición, incluso el amor,/ no tiene

cabida aquí./ Felicidad. Llega / de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente./

Cualquier madrugada te lo dice. 

Para Italo Calvino un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir

e incluso un mismo lector puede releer y resignificar esa obra infinidad de veces a medida

que la va descubriendo. En mi caso lo primero que leí de Carver fueron sus cuentos,

gracias a los cuales consolidó su carrera y se ganó el apodo de “el Chéjov

norteamericano”. Sin embargo, cuando creía conocerlo, llegó su poesía. Editado por

Anagrama, Todos nosotros recopila diez años de trabajo desde que Carver deja atrás el

alcoholismo hasta su muerte y muestra de forma íntima y acabada su vida, sus miedos,

sus ilusiones y también sus certezas. 

“No sólo amamos estos poemas por sus costumbres y valles biográficos, aunque a quien

no le intriga la vida de un hombre que caminó de la mano de la muerte a causa del alcohol

y luego siguió escribiendo con un tumor cerebral y un cáncer de pulmón”, escribe Tess

Gallagher, la mujer que lo acompañó en la última parte de su vida. Es ella, también, quien

remarca en el prólogo: “Este volumen, que abarca un periodo superior a los treinta años

de labor creativa, nos permite comprobar que Carver no escribe poesía de manera

circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce

espiritual del que se desvía para escribir sus relatos”. Su obra poética, por lo tanto, no sólo

es una parte clave de su producción literaria, sino una instancia reveladora para

redescubrir al autor. Como dice Carver en su poema Ondas de Radio: 

Era un poco como el hombre maduro que se enamora de nuevo/ Una cosa digna de

atención;/desconcertante, también./ Se me ocurren tonterías como colgar tu retrato en la

pared./ Y llevarme tu libro a la cama conmigo,/ dormirme con él a mano. 


La poética del instante

En clave minimalista, la literatura de Carver se caracteriza por las escenas sencillas: la vida

cotidiana y la acción por encima de la descripción. De hecho, sus cuentos son fascinantes

por esta capacidad de mostrar con una gran economía de recursos momentos cruciales de

personajes simples. Pero ¿qué sucede en la poesía? Al igual que en sus cuentos, Carver

utiliza la cotidianidad para describir escenas con un fuerte valor simbólico, pero también

para marcar un camino:

Utiliza las cosas que te rodean./ Esta ligera lluvia/ tras la ventana, por ejemplo./ Este

cigarrillo entre tus dedos, estos pies en el sofá./ El débil sonido del rock and roll,/el Ferrari

rojo en el interior de la cabeza./La mujer que anda a trompicones/ borracha en la

cocina…/ Coge todo eso,/ utilizalo. (Domingo por la noche).

El estilo minimalista toma el centro de la escena en un registro prosaico, con la salvedad

de que podemos ver al autor sufriendo en el momento mismo que despliega sus versos.

De esta manera, describe instantes que marcan un cambio vital o se eternizan como hitos

presentes. Por ejemplo, el derrumbe de un matrimonio:

Rompo indiferente el espléndido huevo de una gallina de raza Leghorn./ Tus ojos se

nublan. Luego te vuelves para mirar el mar/ tras la hilera de tejados. Ni las moscas se

mueven./ Rompo el otro huevo./ Seguramente nos hemos empequeñecido juntos. (Por la

mañana pensando en el imperio).

Pero si el minimalismo es la reducción de todos los elementos accesorios para resaltar lo

esencial, la medida mínima de lo trascendente, ¿no es acaso el instante la mínima unidad

de tiempo que da estructura la realidad? ¿No es el instante lo que en la memoria

construye nuestros hitos como personas? “La verdadera realidad del tiempo es el

instante; la duración es solo una construcción, sin ninguna realidad absoluta”, señala

Gastón Bachelard en La intuición del instante. Ahora bien, ¿cómo se traduce esto en

Carver? ¿Qué registro de su vida puede permitirnos pensar a fondo este concepto

temporal? En su poema Lo que dijo el médico, se retrata el momento en que le anuncian

su enfermedad terminal: 

Dijo si usted es un hombre religioso arrodíllese/ en el bosque y pida ayuda/cuando llegue

a la cascada/ la neblina le rodeará los brazos y la cara/ deténgase y trate de comprender

esos momentos/ yo le dije no lo soy pero trataré de empezar hoy/ dijo lo siento mucho

dijo/ me hubiera gustado tener otra noticia que darle/ dije Amén…

El poema concluye “le tendí la mano al hombre/ que acababa de decirme lo que nunca

nadie me había dicho/puede que incluso le haya dado las gracias por costumbre”. Es

interesante prestar atención a la palabra “religioso”, al templo que esa religión supone, y

a la respuesta de la voz poética cuando afirma que tratará de hacerlo. En la obra de


Carver, Dios no aparece mencionado, tampoco la eternidad o la reencarnación. En

consecuencia, podemos pensar que lo que le queda a un hombre sino media una

proyección de trascendencia ante la proximidad de la muerte, es la experiencia del

presente como un instante infinito. Lo sublime de sentir en el momento en que todavía

gozamos de la vida. Como dice Bachelard: “El tiempo es una realidad afianzada en el

instante y suspendida entre dos nadas”.

La poesía de Carver construye así buena parte de su sentido a partir del valor de este tipo

de instantes. A lo largo de sus versos podemos verlo con su café mirando por la ventana a

dos chicos de la mano, con su hermano en el coche intuyendo un accidente, con su hija en

la cocina una mañana de otoño o acostado a orillas del río imaginando su muerte: 

y eso estuvo bien, al menos un par/ de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte/

Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,/ justo después de haber imaginado

qué ocurría/ si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti./ Entonces abrí los ojos,

me levanté/ y volví a sentirme feliz otra vez./ Te lo debo a ti, ya ves. Quería decírtelo.(Para

Tess).  

Una tesis existencialista

Todo lo que sé de esta vida llena de sudor y delicadeza/ de la mía y de la de los demás,/ es

que dentro de poco me levantare/ y dejare este lugar insólito/ que ofrece amparo a los

muertos. (Un paseo).

Lo único que sabemos de la vida, dice Carver, es que existimos. O en términos sartreanos,

que “la existencia precede a la esencia”, por lo que no hay nada que determine la vida del

hombre y, en la misma línea, nada que la resuelva cuando termina. En consecuencia,

ninguna salida científica o religiosa puede impedir nuestro camino hacia la nada. Otro

existencialista contemporáneo de Carver, Albert Camus, consideraba a partir de estas

premisas que la vida es un completo absurdo, es decir, sin consecuencias que

comprendamos ni vayamos a comprender. En El extranjero, de hecho, retrata

precisamente la vida de un héroe absurdo, Meursault, que a primeras luces parece un

incapacitado cuya indolencia hace que terminasentenciado a muerte. El primer

paralelismo con Carver es fácil. Por motivos diferentes, Meursault y el yo poético de

Carver se enfrentan con lo irreversible de la muerte, de modo que la experiencia del

instante, la sensibilidad del momento presente, se impone con el sentido de lo absoluto. 

¿Y acaso Carver no parece describir con precisión esos momentos en que la sensibilidad se

impone a la vorágine del pensamiento de la misma forma que Camus lo hace a través de

Meursault?  

Nos levantamos antes del amanecer/ Durante un instante no sabíamos dónde

estábamos./ Salimos al balcón que daba/ al río y a la parte vieja de la ciudad./ Allí


estábamos, sin más, callados./ Desnudos. Viendo cómo se aceleraba el cielo/ Tan

conmovidos y tan felices. Como si nos hubiesen colocado allí/ justo en aquel momento.

Por supuesto, existe una gran diferencia entre el personaje que creó Camus y el personaje

autobiográfico de Carver, y es el hecho de que, a pesar de la muerte y la resignación,uno

de ellos cree poder encontrar un sentido más allá de la experiencia. La pregunta que surge

de sus poemas (y a la que no encontré respuesta durante mucho tiempo) es: ¿por qué

escribe un hombre condenado a la nada? A diferencia del existencialismo agnóstico de

Camus o el ateo de Sartre, Kierkegaard era un pensador cristiano. En su obra encontramos

tres estadios fundamentales para el desarrollo del hombre, y es en el último, el religioso,

donde se da lo que él llama un “salto de fe” donde emerge el sentido de la vida a partir del

infinito amor a Dios. Si pensamos en Carver, la operación es muy simple: sólo tenemos

que eliminar a Dios del enunciado y lo que queda es la creencia desligada del misticismo

religioso o, en clave existencialista, la imposibilidad de explicar el mundo a través de la

razón.  

En una de las últimas entrevistas, Carver afirma que “todos los poemas son actos de amor

y de fe”. Y aclara que las recompensas por escribir poesía son tan pocas, ya sea bajo las

formas del dinero, la fama o la gloria, que el acto de escribir un poema tiene que ser un

acto que se justifique por sí solo. En Carver hay un registro estético, pero también una

búsqueda “religiosa” en el sentido que vive y escribe de acuerdo a preceptos de fe. Esa

creencia, sin embargo, no se puede entender en sentido judeocristiano, es decir, que no

es una fe que trasciende a la existencia, sino una fe inmanente, sumergida en la

existencia. Es la creencia de que la vida no es un completo absurdo carente de sentido

sino que, como señala el escritor argentino Guillermo Sacomanno, lo que se respira en la

poesía de Carver es una fe en el valor revelador de esos instantes. Su poesía, por lo tanto,

está a la caza de esos momentos absolutos. Pero, sobre todas las cosas, está en búsqueda

de amor y gratitud:

¿Y conseguiste lo que/ querías en esta vida?/Lo conseguí./ ¿Y qué querías?/ Considerarme

amado, sentirme/ amado sobre la tierra. (Ultimo fragmento)

En este caso, la clave del poema está en la elección del verbo “sentir”. Carver mantiene

hasta el final la lucidez que lo caracteriza en la elección de la palabra, piedra angular de la

poesía. No se trata de “ser” amado, de trascender su muerte en el amor de los vivos;

Raymond Carver quiere “sentir”, y ese concepto sólo acepta el presente del instante. No

hay más allá en la fuerza de su poesía y en su propia vida. Ese momento eterno en el que

él se siente amado lo justifica. Más acá de la nada, todos nosotros, al leerlo, podemos

experimentarlo: amar su literatura en este preciso instante que, de alguna forma, es

amarla por siempre.